Ayer hubo un incidente con el acomodo de los coches en el edificio, y francamente fue culpa mía. Le pedí disculpas a los vecinos involucrados... pero unas disculpas muy cómodas. Hoy tuve un disgusto con Jorge, el conserje... al respecto de lo de los carros. Y volví a disculparme con los vecinos... esta vez con vergüenza y con un sentimiento de liberación al hacerlo. Reflexioné que no suelo reconocer mis errores y en consecuencia no pido disculpas.
También lo de Jorge... si lo hubiera manejado como pensaba hacerlo, el resto de las interacciones habrían sido incómodas. Bajé a buscarlo, pero no lo encontré. Horas más tarde, cuando lo ví, ya no se encontraba disgustado y me trató como si nada. En ese momento tuve que tomar una decisión: reclamarle justamente un derecho que me había atropellado... o dejarlo pasar. Tomé el camino difícil. Lo dejé pasar. Es lo mejor para la relación, el en largo plazo.
Lo que decidimos hace unos días era lo adecuado a hacer en ese momento. De igual manera, elegimos el camino difícil. Pero tengo fe en que es lo correcto, lo oportuno, lo que (hasta donde podemos ver) traerá un bien mayor. Es lo único que le da sentido a no saber de tí.
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